Despojos, arrebatos, inmediatez.
“Incomprensible espíritu, a veces faro, a veces mar”.
Samuel Beckett.
“Mis composiciones en realidad no son composiciones, uno podría llamarlas lienzos de tiempo”.
Morton Feldmann
Por Samuel Ibarra Covarrubias,
Periodista.
La función del lenguaje plástico es modelar, organizar. Sacar en algo lo inconexo y articular un tejido sensible hacia una significación más o menos aparente. El arte sonoro permitiría eso, oír un estado crispado del hoy y tensarlo entre sus antecedentes pretéritos y sus futuros próximos; una suerte de anticipo audible de lo acaecido, pero en movimiento hacia un incierto e Irremontable mañana.
Jimmy Watt Abarca (1975) ha hecho un camino propio, insistente, incesante lejos de la hipervisibilidad y la condescendencia. Lo suyo ha sido un recorrido íntimo en una ruta construida a pulso. Rugosa en estados, intranquila en certezas. Convicción, dudas, abismos. Ha sido el suyo un derrotero meditado, a riesgo incluso de avanzar lento, desobedeciendo los slogans de la producción seriada, estándar y la venia publicitaria.
Han sido años de escucha consciente y atenta. Notaciones, borradores, ejercicios copiosos. Cortes, ensambles, rediseños. Todo hacia delinear lo justo y lo preciso. Lo accesorio es secundario cuando se trata de definir un algo movedizo y abigarrado pero perfectamente claro e identificado.
Ese mismo punto en la mira esta orbitado por un item barroco, una suerte de índice para aplicar, intensificar o ajustar desbordes y así efectivizar la noción de capas con la que sabe administrar lo sensitivo del sonido. Watt es consciente de su economía de recursos. Sabe a lo que echar mano.
El autor crea un paisaje intervenidos por microclimas que cruzan sin urgencias el panorama. Se crea un estado abierto a los cambios, es decir en transformación.
Una suerte de idea audible pero asediada por climas y estados del tiempo que lo van dejando como superficie pacientemente reactiva a los contactos y mutaciones, algo como una especial sensibilidad climatológica de adaptación.
Ese camino propio que Watt reivindica está definido por una sustracción capital. La quietud. El crea bajo un tiempo intempestivo, donde a cada minuto lo nuevo se hace viejo acumulando toneladas de basura histórica, porque la hipermodernidad es eso, una maquina de depreciación de la realidad. Al artista solo le queda moverse a partir de lucidos impulsos creacionales, que si no son críticos corren el riesgo de fenecer al instante deglutidos por la maquinaria de lo nuevo. Esa inmediatez impulsiva, no pocas veces angustiosa y confusa, sería un escape al menos para no sucumbir a la locura escópica y dromologica del siempre hoy productivista. Ese hoy que es un presente perpetuo al que la economización del mundo ha condenado a lo viviente en su paradigma o paradogma con que organiza la vida.
El artista sonoro tendría en sus manos la posibilidad de articular una escucha consiente, pensar el hoy cotidiano y ponerlo en una perspectiva multilineal que espejea entre el ayer y el posible futuro. Watt delimita una línea intensa entre esos polos y activa una plástica inquieta y espesa, es decir profundamente humana. Se ha hablado ya del dictum trágico de la cultura de última modernidad, esa del último siglo asediada por furores y espanto. Watt recoge esa reflexión y la vuelve a pensar con sus materiales más próximos. Los ciber archivos, el banco visual, las imágenes residuales, el dietritus tecnológico. Una gama de lenguas heterocrónicas que encuadran una pregunta reflexión común, ¿cómo pensar la crisis, como narrarla…?
La obra sonora de Jimmy Watt está allí esperando en tiempo propio su tiempo de circulación masiva. Su obra es inconformista, porque además cruza más de una superficie. La pictórica en este caso también atiza y profundiza las indagaciones sonoras. Una espejea a otra y en ese haz la potenciación estética aparece y se asienta.
Los paisajes propuestos por Watt van transformando intensivamente su conformación mientras algo parecido a una neblina o veladura enrarecen sugestivamente el ambiente. Una carga apesadumbrada se apodera del plano, pero no es definitiva, siempre hay posibilidad para que se fugue mientras hace su irrupción algún otro estimulo temperado por la ira, la euforia o el deseo de inconmensurabilidad. Este artista chileno del sonido y la imagen tiene una palabra que decir y su práctica es una manera aleatoria de asediar las superficies por donde transita y existe, intervenir sobre esos personales lienzos espacio temporales.